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Psicoanálisis y psicoterapias

Publicado por Betina Ganim

Siguiendo al psicoanalista francés Eric Laurent, con su pasión y su estilo “combativo”, me interesa abordar este tema por los desvíos que ha sufrido sobre todo el psicoanálisis después de Freud. Pero también por los desvíos mismos que se dan dentro de la comunidad analítica misma que se llama «lacaniana».

Porque, por supuesto, en psicoanálisis hablamos de cierta especificidad -como algo que lo distingue de los tratamientos psicoterapéuticos. Pero la cuestión es la buena o la mala manera de abordar esta separación de aguas. Porque este es un tema constante entre los colegas “psi” y hay que bordearlo de alguna manera para que no se reduzca a una rivalidad.

Las psicoterapias prometen, de algún modo, ciertos resultados, objetivos; se ofrecen como tratamientos para curar, para quitar los síntomas que molestan al paciente. Se ofrecen como la opción para resolver problemas, en forma breve, mediana o extensa…

En psicoanálisis, el objetivo principal es que se efectúe en sí mismo; es decir, que haya análisis, con la rigurosidad que eso tiene en el dispositivo analítico. Uno puede estar en tratamiento con un analista pero no estar “en análisis”. Eso ya es un fin en sí mismo. Eso es lo que le da al psicoanálisis su “pureza perfecta”.

Pero me parece interesante lo que Laurent pone en cuestión:por un lado, el psicoanálisis no tiene más objetivo que su “pura pureza”, cuya ventaja es la de indicar que el motor de toda esa maquinaria es el deseo del analista; el núcleo de lo que es el psicoanálisis como tal. Un deseo que efectivamente lo separa de todos los órdenes discursivos conocidos. Esto es una enseñanza de Lacan siguiendo a Freud.

S.Freud de alguna manera sostenía que ese deseo, el que llamamos deseo del analista, definido por su negativa, no es el de educar, prescribir, gobernar. No es ser confesor, no es del orden religioso ese deseo. El deseo del analista es diferente a todos los órdenes establecidos.

Lacan hizo un gran enigma en relación a ese deseo; pero sabemos que lo situó efectivamente en algo inédito. Y eso hay que aceptarlo como algo que le da al psicoanálisis una posición que tiene sus complicaciones en cualquier orden social.

Pero tampoco podemos pretender que los órdenes establecidos nos reciban de la misma manera, como lo hacen con otros “profesionales”, cuyo deseo puede realizarse dentro de ese orden social.

Si el deseo del analista está por fuera del orden establecido se pueden tener relaciones equívocas con el mundo. Por ejemplo, con la Universidad. No hay que enojarse por ser rechazados, y por sus desconfianzas…

Entonces, por un lado tendríamos este enigma. Pero quedarnos solo en eso, en la pura pureza del psicoanálisis y no decir “para qué”, es un inconveniente.

Siguiendo la enseñanza de Lacan, el inconveniente oscila entre dos posiciones neuróticas en las que puede “caer” el psicoanalista: una es la del “esteta” que solo quiere el “arte por el arte” y la otra sería la del “soldado de Dios”, que sería quedarse “petrificado en la causa”.

Esto también es un desvío y dentro de la comunidad analítica lacaniana misma.

La cuestión de fondo es “para qué”?

Y para estas preguntas las psicoterapias tienen muchas respuestas para dar -dentro de lo que sería el “orden establecido”- y por eso suelen ser más “aceptadas”: porque prometen algo concreto. Soluciones eficaces que se prometen como objetivo. Que tengan mayor o menor eficacia no interesa en ese momento. Interesa la “promesa de felicidad” -una completud, si se quiere.

Hay un objetivo en psicoanálisis, que no es, claro está el de los ideales vinculados a otros discursos. El Bien para Todos.

Pero eso es diferenciarse por la negativa, por la diferencia misma.

El psicoanálisis no va en esa vía. Porque “curar” para el psicoanálisis no es suprimir el síntoma, sino que apunta a un recorrido a partir de ese síntoma.

Hay un objetivo, un horizonte al que se apunta recurriendo al deseo, a la falta. Es como si a ese enigma, a esa x que es el “deseo del analista” se responde con un “NO a cualquier objetivo”.

Y a partir de ahí comienza el proceso analítico, recurriendo al deseo articulado a una falta. Es como si fuera el único recurso que tiene el analista para operar.

Porque es verificable que para que la práctica analítica comience hay una articuación del deseo a algo que simplemente falta.

Y ahí es donde fundamentalmente se separan las aguas entre las psicoterapias y la práctica analítica.