Dar y Recibir
La dualidad es una unidad.
Marita era una mujer de carácter y de convicciones firmes, siempre dispuesta a defenderse.
Siempre se portó bien, siendo bebé, se pasaba largas horas en la cuna sin chistar jugando con sus chiches y dormía mucho boca arriba, tanto que su cabeza se le acható.
Sin embargo era una niña linda, no tanto como sus dos hermanas, pero linda al fin.
Amaba a su padre a pesar de que le parecía que reparaba poco en ella y a su madre aunque fuera su mayor fuente de frustración, porque era dominante y siempre trató de anularle toda iniciativa propia, sin cansarse de repetirle que no hablara que no sabía nada.
Así fue creciendo su baja autoestima creyendo que el mundo no era un lugar muy agradable para vivir y que lo más importante era saber.
Se convenció que todo había que ganárselo con esfuerzo y que la vida era una constante lucha.
Decidió creer en Dios sin ser fanática, portarse bien y llegar a ser una persona culta, para poder ser reconocida por su saber para agradar a su madre y porque ella le había dicho alguna vez que era inteligente como su padre.
A Marita le hubiera gustado ser varón porque observaba que los hombres que conocía tenían una posición de privilegio, mientras las mujeres permanecían sometidas a ellos.
Cuando falleció su padre escuchó a su tía decir en el funeral: “lástima que no hayan tenido hijos varones”; y en ese momento se sintió muy disminuida.
Marita se casó muy joven y tuvo dos hijos. Se recibió de maestra e hizo una carrera como docente hasta llegar a ocupar el cargo de directora, con mucho esfuerzo. Pero no obstante siguió estudiando otras carreras obteniendo varios títulos universitarios que no ejerce.
Siempre fue perfeccionista y autosuficiente, exigente con los demás y también consigo misma. Hoy en día sigue ejerciendo la dirección de una escuela primaria y es una excelente profesional.
Desde muy joven se había acostumbrado a hablar con Dios y no se olvidaba de rogarle en sus oraciones no tener nunca que pedir ayuda a otro, bastarse a si misma y ser ella la que pudiera siempre ayudar a los demás.
Pero tenía un problema de salud desde hacía muchos años: sufría de malas digestiones. Todo le hacía mal a pesar de no evidenciar ninguna alteración orgánica.
Cuando comenzó su terapia lucía desmejorada y deprimida. Le dijo al psicólogo que no tenía ninguna ayuda en la casa y que su familia era muy demandante; sin embargo ella por alguna razón, no podía pedirles que la ayudaran y tampoco podía renunciar a hacer todo ella.
Marita tenía el síndrome del dar y no recibir que no le permitía recibir los alimentos y digerirlos.
El Psicólogo le aclaró que dar y recibir son los opuestos que conforman una unidad, porque en el dar está incluido el recibir.
Esta reflexión acompañó a Marita los días subsiguientes y pudo darse cuenta de su gran error.
Había puesto todo su empeño en estar a la defensiva dispuesta a dar solamente sin abrirse para recibir, porque su concepto de los opuestos no estaba integrado, por lo tanto, su dificultad para recibir se expresaba en sus problemas digestivos y en la falta de reconocimiento adecuado a sus esfuerzos que advertía, en los aspectos más importantes de su vida.
Dar y recibir son las dos caras de una misma moneda, una cara no puede existir sin la otra.